Madre mía, os debo esta entrada desde hace más de un año (de hecho cumplió un año el día 1 de este mes) que escribí la entrada «P**adas de la traducción, vol. III». Fijaos si la tenía apartada que durante este tiempo hasta he recibido correos electrónicos de gente que estaba pendiente de esta publicación y que me preguntaban cuál fue la decisión final que tomé y todo. Soy una dejada para escribir las secuelas xD.
Resumo rápidamente para quienes no recuerden nada (que seréis la gran mayoría): en el tercer volumen de esta serie de problemas peliagudos que me voy encontrando en mi camino como traductora, explicaba un problema de género que me surgió en uno de los cuentos que traduje para el proyecto de posgrado, ya que, al traducir al español, el género de los objetos protagonistas se invertía. Y de ahí el problema, ya que precisamente el género era un factor de juego imprescindible en el desarrollo de la historia y, por tanto, no podía variar con respecto al original bajo ningún concepto (los objetos eran «cama» -masculino en árabe y femenino en español- y «sofá» -femenino en árabe y masculino en español-).